sábado, 18 de marzo de 2017

Autoperfil en sombras

Miré hacia adentro y descubrí ocupando demasiado los rincones que creaban los surcos húmedos exteriores.




Se puede decir que todo ha estallado por un ceviche que no comí. También por un lunar en la mano izquierda que me observaba mientras cogía arena del parque bajo un eucalipto. Es el principio de la continua curva oscura que vuelve a mecerse ante mí y que no puedo asesinar porque eliminaría mi existencia o parte de ella. Es un vicio integrado. Un virus cohabitante de las bacterias que me dan vida. La sensación constante de pérdida, de absurdo, de falta de creatividad para buscar una solución, una salida. La sensación de paso del tiempo. La sensación de bloqueo. Y es que se vuelve a repetir todo: el ahogo, la soledad, las preguntas maliciosas y las ganas de desahogarme gritándole al mundo ¿por qué eres tan mierda y no me tiendes de vez en cuando una mano, joder? 
Todo se repite. Sobre el mecanismo, la pieza que no me deja respirar: la culpa. La puta culpa autodestructiva de ser, de existir, de no hacer las cosas bien, de no lograr nada, de ser tan mediocre que no me miro al espejo porque me avergüenzo, de no poder escuchar una instrumental alegre porque pienso en lo que jamás alcancé y en los años invertidos y que nadie me dijera la verdad a la cara y que nadie me dijera eres tan mala que asustas, que no vales. La culpa de intentar buscar el camino y volver a fracasar por no haber  encotrado ni los gustos ni los análisis ni las palabras ni el talento. La culpa de tildar de hijo de puta a aquel que me dijo una sola vez la verdad y es que ese tampoco era mi mundo. La culpa de haber pasado toda la vida sin saber qué es lo mío sin encontrar aquello en lo que no sertirme mediocre. La culpa de esperar integrarme popularmente en algo en lo que no creo. Me ahogo. La culpa de no respetar el cánon. La culpa de sentirme pequeña, de no morder con rabia a la vida, de no crear oportunidades. Me falta el aire. La culpa de destrozarme la cara a base de llanto. De esperar que se entienda un lenguaje que ni tan siquiera yo sé hablar. Joder, la puta culpa de no ser nada ni nadie ni importar si vivo, si muero. De que las cosas no cambian y no hago por cambiarlas o no sé cómo hacerlo. Que me ahogo. La culpa de defraudar a todo el mundo. de convertir lo agradable en miseria, el color en gris ceniza, de risas en llantos, de que todos los buenos momentos tienen una mota. La culpa de saber que la pieza que se repite en la ecuación soy yo. La inseguridad creada por ella. La falsa seguridad desprendiente de ella. Los oscuros bosques laberínticos creados al que arrastro a los amores, los deseos, el ambiente. De verdad, me ahogo y necesito bolsa y tisana inmediata,


Salí a tomar aire a la superficie. Quise regresar. El cuerpo perezoso me lo pedía.

"Cuidado. Es un vicio."

Salí y bloqueé la entrada a sabiendas que pronto volveré a utilizarla.

viernes, 22 de abril de 2016

1977, ¿se puede deshacer el género?

El corto 1977 de Peque Varela es un buen ejemplo de cómo se implantan los papeles sociales de género heteronormativos  desde la infancia y cómo se puede (o no) salir de ellos. Para ello parte de dos elementos, para mi primordiales: lo abstracto o menos señalado (quizás figurativo) para lo no marcado, para el cambio, para el nudo; y lo simbólico para el papel social impuesto. Empiezo por éste último. Lo simbólico son los elementos más definidos, más realistas. Utilizo ‘simbólico’ porque son elementos cargados de tópicos, de símbolos culturalmente reconocibles por todos los espectadores y que han sido (y siguen siendo) ejercidos sobre nosotros. Lo simbólico no ejerce un peso fuerte sobre el personaje principal hasta la llegada, plenamente cargada de simbología, del vestido rosa. El personaje, que hasta ese momento no se sabía, es marcado de forma genérica y sexual como ‘niña’ y se le empiezan a implantar actos, roles y diferenciaciones de género. Desde la separación por sexos (se ven a unos chicos jugando en la plaza y unas chicas en la puerta del colegio; aquello de “los niños con los niños y las niñas con las niñas”) hasta la imposición de reglas de escritura y la escuela oficial, reglada. Cuando las aspiraciones del personaje (imaginación, posibilidad, ruptura) intentan fluir, se cortan desde el entorno. Por ejemplo, el momento que se ensartan a los niños con un palo para que jueguen al fútbol quedando inmóviles y el personaje queda fuera y a su vez queda fuera del grupo de niñas (con vestidos de cartón, impuestos, sin reflexión) al ser llamada “marimacho”. La sociedad ejerce sobre el personaje esa presión para que acate los roles y se limite a ellos. Tanto es así, que la influencia llega al propio personaje que autocensura sus gustos para no ser criticado con la elección de la bicicleta rosa (esa h, muda, le golpea desde su aprendizaje). El personaje es obligado a definirse públicamente con sus actos y se le es impedido vivir en la ambigüedad (también simbólica porque deriva de construcciones culturales apoyadas en roles de género): viste “como un chico” y lleva bicicleta “de niña”, es una marimacho para los roles femeninos, un maricón para los roles masculinos. De igual manera es obligado a reflexionar lo que supone su futuro laboral dependiendo del rol que escoja: si es niña, cuidado familiar y doméstico, trabajos sociales; si es ‘niño’ trabajos más arriesgados y prestigiosos, como médico, astronauta.  Luego el personaje sufre una transformación biológica (la menstruación) y de nuevo es catalogado y marcado con (ya es una) ‘mujer’. Con todo el peso que tiene esa asignación de sexo, es palabra, comienza un baile de emparejamientos heterosexistas a través de un panel del juego ¿Quién es quién? que también rompe al elegir una pareja de su mismo sexo. Hasta aquí las imágenes nos han ido señalando cómo esta todo marcado para cumplir con los roles sociales heteronormativos a través de fuertes símbolos como los colores azul/ rosa, las ropas, el pelo, los juegos y como todos forman parte de la aplicación de ellos, esto es, la familia, la escuela, el pueblo, el entorno, los compañeros.
Sin embargo, nos encontramos un elemento que transcurre a lo largo de todo el proceso simbólico de asignación. Este elemento lo encuadramos en lo abstracto, lo poco definido, también lo indecible e inmanejable. El nudo interior del personaje. El nudo de resistencia al rol.  Nudo que crece y a la vez se limita con los roles sociales y que el personaje, tras pasar una situación enfrentamiento/ encerramiento con/por él, deshace al asumirlo y plantarse fuera de la heteronormatividad. Se aleja de ella y es cuando sonríe. Está fuera, también en el sentido de Diana Fuss (to be out). El nudo que  angustia al personaje desde la limitación del género se desenreda cuando establece su conciencia de lo que en ese momento es (o gusta ser) y elimina etiquetas impuestas que no es (no le dejaban ser). El corto termina aquí con esa ruptura desde la resistencia y la asumpción de lo que uno es sin etiquetas. Se establece desde el afuera y alejándose.
El análisis de rol es incuestionable. Pero del corto me preocupa una cuestión que creo que se debe reflexionar. La destrucción del nudo en resistencia. En el corto se entiende que es un nudo que representa el malestar del personaje y es cuando el nudo lo controla, lo saca, lo extiende y lo tira cuando el personaje toma de sí conciencia y se aleja. Lo abstracto sin etiquetas sale. Este alejarse hacia el posible afuera, el acercarse a la visibilización de su género-sexualidad, a la normativización de su situación, puede que esté destinado a no hacer más que construir nuevos roles sociales para determinadas sexualidades (también géneros) críticas. Si sólo nos conformamos con eliminar nuestro malestar a través de la destrucción de la consciencia propia de la heteronormatividad o, por otro lado, normativizamos el ‘afuera’ , ¿no estaremos manteniendo las fronteras? ¿No estaremos alimentando los roles, las etiquetas? ¿No estamos creando nuevos roles de género? ¿Qué hacemos con las personas que, en ese continum genérico, se (nos) encuentran en el medio y que no se (nos) definen? Si deshacemos esos “nudos” de consciencia del género impuesto, ¿podremos alejarnos de los roles? ¿Podremos destruirlos? ¿Cómo sin atacarlos día tras día puedes eliminar esa carga de portar unas etiquetas derivadas de tu cuerpo, tus acciones, tu sexualidad, tu forma de pensar la comunidad, tu ideología? ¿Es posible eliminar etiquetas sin crear unas nuevas? ¿Es fácil (o posible) deshacerse del género, deshacer el género?

lunes, 25 de enero de 2016

Carta pública a tres personajes en el destierro.

Apreciados personajes,
Ocupáis demasiado espacio en la vida y por eso toca, ya de una vez, despedirme de esta relación eterna e infructuosa. No es por vosotros, es para mí, para avanzar, y sobre todo, para no retroceder. Los bucles sólo quedan bien en las señoras bien peinadas y ya sabéis que yo no soy una de ellas. Alguién, no hace mucho, me preguntó que cómo es que los humanos, viviendo a lo sumo 90 o 100 años, se empeñaban en acortarse la vida entre guerras, a lo que yo contesté una de estas filosóficas que no viene al cuento. Aunque sí que esa pregunta me hizo pensar en vosotros como la más pura pérdida de algo tan limitado como son esos, como mucho, 100 años. Porque hagamos cuentas y borrón ¿qué se debe a este servicio? ¿Cuánto es? ¿Cómo sois y cómo encajamos entre nuestras imperfectas ruedas?
Uno, desleal a sus ideales, pura fachada filosófica, palabras vacías y silencios inesperados. Ves la vida desde tu pedestal de sabiduría condescendiente sin mirar lo más mínimo a qué puede alcanzar el resto. A veces ridículo, a veces insoportable. Pareces un animalillo desconcertado como salido de un bosque ardiendo cuando se te ve por primera vez, aunque después se descubre que de tus manos salieron las llamas. Eres el que también olvidas las cosas con mucha facilidad pero, resultando contradictorio, eres rencoroso. Muchas veces contestón y maleducado. No sabes mantener una conversación si no te la llevas a tu terreno. La competición no te sienta bien pues no sabes ganar. Lo peor de ti: el egoísmo. Por eso te dejo. 
Otro, que comparte bastantes calificativos con el anterior, te presentas en las vidas sin llamar a la puerta, de repente, casi vírico. No sabes dónde estás ubicado pero ahí llegas tú con tus propios mapas. Lo sabes todo de lo más in, lo más cool, lo más divertido. Y no paras de recordarme que yo no sé nada de todo eso, que estoy out. Dejando tu jardincito bien al resguardo, devoras a los demás como una fea langosta. Resaltas tus valores vociferando y rasgándote las vestiduras y a la más mínima, con tus actos, te cagas en ellos. No sabes disfrutar de lo que tienes en el momento y te comportas hacia los demás como si estuvieras obligado a tratar en una cárcel y tu felicidad estuviera fuera. Lo peor de ti: la hipocresía. Por eso te dejo.
Contigo, último personaje, lo tengo más difícil. Compartes lo peor de los dos anteriores de forma velada. Crees que nadie te conoce y te envuelves de un misterio del noséquéqueniyomeconozco. Nunca has intentado ser amigo de nadie y lo único que haces es buscar con miradas de complicidad, un poco de compasión por las consecuencias de tus actos adolescentes. Lo peor de ti: el nihilismo. Por eso te dejo.
Me hablasteis personajes, me engatusasteis, y a veces me convencisteis. No digo que no tengáis vuestras cosas buenas, pero la losa es muy grande y el camino es duro. Con algo de tristeza lo hago, pero sin nada de arrepentimiento. Me separo de vosotros porque necesito más aire, más sonrisas y menos bucles forzosos. Por esto, porque he de continuar mi camino, os destierro, personajes, al pasado.

viernes, 31 de octubre de 2014

Al acecho

Te veo llegar tan déspota, con ese aire de superioridad, con esa mirada de profesional, de psicólogo de los de "yo te entiendo, pero las cosas son así". Tu vestir anticuado, falsamente elegante lo demuestra todo. En tí se perciben aires enrarecidos de épocas antiguas, sin embargo, presentes. Formulas apariencias de amigo, de colega, de "yo estaré ahí para lo que necesites", de "no os preocupéis que conmigo esto o aquello se solucionará", de "yo estoy de tu lado". Formulas apariencias de amigo hasta que alquien te hace una pregunta incómoda. Entonces sacas a relucir tu peor cara, tu verdadera cara, aquella déspota realidad del "aquí harás lo que se te mande" y te dejas seducir por palabras o ficciones para cargar contra el que te ha formulado la pregunta. Contra mí.

Ignorante. No sabes con qué clase de persona te has metido. No sabes con qué Clase te has metido. He vivido en cuevas, cazado y quebrado la tierra, he luchado durante siglos, me apoderé del fuego e inventé el cielo y el infierno. He llorado y sufrido y me he hecho fuerte. He muerto y vivido. Nací de la nada, vivo con nada, voy hacia la nada. Poseo la sabiduría de siglos de experiencia. Y no tengo miedo.

Te veo. Te espero. Me río.

sábado, 14 de abril de 2012

LO INMEDIATO

LEYENDA:

COMPRA:
(Del lat. comparāre, cotejar, adquirir).
1. tr. Obtener algo con dinero.
2. tr. sobornar.
3. tr. ant. pagar.
4. prnl. coloq. Arg. Caerse o golpearse con cierta violencia sin daño o con daño leve.

UTILIZA:
1. tr. Aprovecharse de algo. U. t. c. prnl.

TIRA:
(De or. inc.).
1. tr. Dejar caer intencionadamente algo. Tirar el libro, el pañuelo
2. tr. Arrojar, lanzar en dirección determinada. Juan tiraba piedras a Diego
3. tr. Derribar a alguien.
4. tr. Echar abajo, demoler y trastornar, poner lo de arriba, abajo. Tirar una casa, un árbol
5. tr. Desechar algo, deshacerse de ello. Esta camisa está para tirarla
6. tr. Disparar la carga de un arma de fuego, o un artificio explosivo. Tirar un cañonazo, un cohete. U. t. c. intr. Tirar al alto, al blanco, a un venado
7. tr. Estirar o extender.
8. tr. Trazar líneas o rayas.
9. tr. Hacer sufrir un golpe o daño. Tirar un pellizco, un mordisco, una coz
10. tr. En ciertos juegos, echar el objeto que decide la suerte, como en los dados. U. t. c. intr.
11. tr. En ciertos deportes de balón o pelota, lanzarlo o impulsarlo.
12. tr. Malgastar el caudal o malvender la hacienda. Ha tirado su patrimonio
13. tr. Fotogr. Disparar una cámara fotográfica.
14. tr. Impr. imprimir. Tirar un pliego, un grabado
15. tr. Impr. Dicho generalmente de un periódico o de una publicación periódica: Publicar, editar un determinado número de ejemplares.
16. tr. Chile, Col. y Cuba. Conducir, transportar, acarrear.
17. tr. Cuba y Ven. Cerrar con fuerza algo, especialmente una puerta.
18. tr. Cuba y Ven. Decir o proferir una puya.
19. tr. p. us. Reducir a hilo un metal.
20. tr. desus. Devengar, adquirir o ganar. Tirar sueldo, salario
21. tr. ant. Quitar, despojar.
22. tr. ant. Sacar, hacer salir a alguien de algún sitio. Era u. t. c. prnl.
23. intr. Atraer por virtud natural. El imán tira del hierro
24. intr. Dicho de personas, animales o vehículos: Hacer fuerza para traer hacia sí o para llevar tras sí.
25. intr. Manejar o esgrimir ciertas armas según arte. Tira bien a la espada, pero mal a la pistola
26. intr. Sacar o tomar un arma o un instrumento en la mano para emplearlo. Enfurecido, tiró DE navaja
27. intr. Producir la corriente de aire necesaria para mejorar la combustión. La chimenea tira mucho Este cigarro no tira
28. intr. Apretar, ser demasiado estrecho o corto. Me tira el hombro de la chaqueta
29. intr. Dicho de una persona o de una cosa: Atraer la voluntad y el afecto de alguien. La patria tira siempre A Juan le tira la milicia
30. intr. Dirigirse a uno u otro lado. Al llegar a la esquina, tire usted a la derecha
31. intr. Dicho de una persona o de una cosa: Durar o mantenerse trabajosamente. El enfermo va tirando El camion tirará aún un par de años
32. intr. Tender, propender, inclinarse.
33. intr. Dicho de una persona o de una cosa: Imitar, asemejarse o parecerse a otra. Tira a la familia de su padre
34. intr. Poner los medios, disimuladamente por lo común, para lograr algo. Ese tira a ministro
35. intr. coloq. Poseer sexualmente a alguien. U. t. c. tr. y c. prnl.
36. prnl. Abalanzarse, precipitarse a decir o ejecutar algo. Se tiró a insultar a todos
37. prnl. Arrojarse, dejarse caer.
38. prnl. Echarse, tenderse en el suelo o encima de algo. Tirarse en la cama
39. prnl. coloq. Cuba. Comer o beber algo.

jueves, 9 de febrero de 2012

Pesadilla en White Wall Street

He tenido una horrible pesadilla. Llegué al mundo naciendo desde un lugar oscuro y mis ojos impactaron con una luz imponente que me cegó durante un tiempo. No sentía mi piel ni mi pelo anteriormente castaño. Ni tampoco sentía la posibilidad de gritar, pues no tenía lo que recordaba como boca. Tampoco tenía posibilidad de comunicación, sólo pensamientos. Sí que mantenía oídos, pero sin orejas. También mantenía piernas, pies y brazos pero sin la misma movilidad que recordaba. No tenía sexo.
Tras mi leve ceguera, me di cuenta de que no tenía color, ni olor ni cultura. Era aséptica. Llegaba a un mundo convertida en un muñeco blanco de plástico diseñado por ordenador con un simple programa de flash.
El mundo era siniestro: blanco como si de una sala esterilizada se tratase. No había naturaleza ni gentes, ni culturas ni religiones, no había negros ni blancos ni asiáticos ni árabes, no había lenguas ni comunicaciones, ni casas, palacios, bloques ni caravanas. Tampoco había mentes privilegiadas ni absurdos pensamientos. No había ni santos ni demonios. No había muertos. Sólo blanco, blanco y blanco cegador. Me sentía... nada.
Aceleré mi paso todo lo más que me dejó mi artificial cuerpo que con un pobre lenguaje binario daba órdenes a una pierna tras otra. Llegué a una calle sin aceras ni tráfico y vi a lo lejos un resalto vertical con un cartel. Me acerqué a él.  "Press to reset". ¡Qué bien!, pensé, mis problemas se han solucionado, volveré a mi mundo original. Pulsé. Por encima de mí se elevó un extraño cielo negro llenos de gráficos y valores que no conseguía entender. De ellos caían papeles que se amontonaban formando tremebundos edificios. Cogí uno y vi que eran facturas. Lejos, tras de mí, se elevaron grandes centros comerciales a donde se dirigían muchedumbres. Seguían cayendo papeles. Ahora verdes... ¡dinero! Y los gráficos se elevaron en el cielo. Empezaron guerras, llegaron dioses, se afincaron bandidos y artistas que ocultaban los edificios con sábanas de colores brillantes. Todos locos. Empezaron los muertos. Temí por mi artificial vida. Pulsé el botón. Nada. Pulsé el botón. Nada. Golpeé el cartel. Tampoco. Intenté huir y no pude. Estaba encarcelada. Sujeta a una viscosidad negra que había sobre mis pies. No conseguí nada.
He tenido una horrible pesadilla. Aún no he despertado.

martes, 17 de mayo de 2011

El cuerpo dócil




Por la mañana, en un parque. En frente, una biblioteca. Tres personas hablando, terminando un café y lo que quedaba de un cigarrillo. Anunciando ya, subir a estudiar. Todo, todo, sospechoso para aquel que tiene vista de águila y cuerpo instruido. 


"A cada individuo su lugar, y en cada emplazamiento un individuo. Evitar las distribuciones por grupos; descomponer las implantaciones colectivas; analizar las pluralidades confusas, masivas o huidizas. El espacio disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como cuerpos o elementos a repartir hay. Es preciso anular los efectos de las distribuciones indecisas, la desaparición incontrolada de los individuos, su circulación difusa, su coagulación inutilizable y peligrosa; táctica de antideserción, de antivagabundeo, de antiaglomeración. Se trata de establecer las presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos, instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que no son, poder en cada instante vigilar la conducta de cada cual, apreciarla, sancionarla, medir las cualidades o los méritos. Procedimiento, pues, para conocer, para dominar y para utilizar"
                                                                   
                                                                   (FOUCAULT, Michel: Vigilar y castigar)